Wiki José Salazar Cárdenas
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El festejo más tradicional de Tecomán ha sido siempre el Novenario anual en honor de la Virgen de la Candelaria y junto a él, las diversiones callejeras que se establecían en esos días aprovechando el entusiasmo del pueblo. Así, desde tiempos muy lejanos, se instalaban en las áreas adyacentes al templo, distracciones, entretenimientos y vendedores ambulantes de alimentos, golosinas y bebidas, que recogían el regocijo popular, en esas fechas.

Cuando aún no había carretera para Colima y no se conocían los juegos mecánicos, se montaba un volantín para distracción de los niños, que consistía en un poste con unos travesaños en la parte superior, los cuales sostenían unas barras radiales en donde se colgaban con ganchos, figuras de caballos o de toros de madera, que daban vuelta accionados por el movimiento que producían tres hombres que jalaban unas sogas en la parte interior, atadas a los travesaños que sostenían las barras. Era un carrusel rudimentario.

En esa misma época, se instalaba una terraza en donde había música y bebidas embriagantes, que era de techo de acapán, arbusto muy abundante en el monte, o de zacate, antes de que hubiera palmas. Posteriormente, cuando hubo agua suficiente, se hacía el techo de palapas.

Fuera del templo se establecían negocios ambulantes de venta de pozole, camotes, jícamas, etc. de personas que venían de Colima.

En todas las épocas ha habido jaripeos en los días del novenario. Hace muchos años, a principios del siglo, en que la orilla del poblado llegaba a donde es hoy la calle 18 de Marzo, de ahí hacia el poniente, eran potreros de la hacienda de Paso del Río. En ese lugar, en donde es ahora la esquina de las calles Libertad y 18 de Marzo, existía una puerta de golpe donde comenzaba el camino para el Cahuilotal, y ahí, dentro del llano, se hacia la plaza de toros. Para llegar desde el jardín hasta ese lugar, se tenía que transitar por lo que hoy es la calle Libertad. Las autoridades en esa época, pedían a los propietarios de predios de las dos cuadras de esa calle comprendidas entre el jardín y el lugar en el que se levantaba la plaza de toros, que cubrieran con ramaditas angostas las aceras de sus casas para dar sombra a las personas que por ahí pasaban con rumbo a donde se llevaban a cabo los jaripeos.

En ese tiempo, venía a tocar en la toreada la banda de música de Colima, que entre sus instrumentos contaba con el sonido de los platillos metálicos, que aquí se desconocían y eso causaba entusiasmo y admiración entre la chiquillería.

Posteriormente se hicieron toros en un solar baldío que existía en el terreno en el que en la actualidad se encuentra el mercado Cuauhtémoc. Allí sombreaban bajo numerosos asmoles que había, las vacas de una ordeña que en un predio cercano tenía Don Carlos Amézcua, padre de Doña Chuy Amézcua. Antes de que se construyera el mercado en este lugar y después de que fue asiento de la plaza de toros, se convirtió en jardín. Cuando se verificaban las corridas de toros en este terreno, se repartían campos y se levantaban tablados con latas, tablones y sogas nuevas.

Más tarde, los jaripeos se efectuaban en el corral de El Ranchito, que fue propiedad de Don Bartolo Núñez y que estaba ubicado en el terreno en que hoy se encuentran el parque “Jesús González Lugo” y la vivienda popular.

En esta época era renombrado jinete El Tepite, vaquero de la hacienda de Caleras, que hacía pareja con Pedro Puga, también vaquero de esa hacienda, que era un gran lazador. Eran también sobresalientes jinetes de ese tiempo, Félix Molina, Basilio, Tiburcio Angulo y Nicolás Martel y muy buenos lazadores Francisco y José Dávalos que venían del rancho de El Tamarindo, cercano a Cerro de Ortega. Francisco Arcega era buen jinete y torero de a pie.

Tiempo después las toreadas se hicieron en el corral de Don Florencio Aguilar, que estaba en el terreno en donde después hubo una limonera por la calle Quintana Roo, frente a la Secundaria Federal. En esta plaza un toro quitó de jinete al muy famoso Tepite, ya que le puso tal golpiza, que “hasta tiras del lomo le sacó”, según versiones de los que lo vieron.

También se hacían jaripeos en otros años, en el corral de la Hacienda de El Casco y en el corral de La Cofradía, situada al norte de Tecomán, donde ahora se asienta la colonia Cofradía de Juárez y más tarde en un terreno ubicado en la salida de Cerro de Ortega, propiedad de Don Miguel Salazar Zamora.

En esas épocas los toros que se lidiaban eran de la hacienda de Paso del Río, los famosos guacos, cara blanca, manchados de bermejo con blanco, de cabeza china, muy reparadores y que braveaban con los de a pie. También se jugaban toros de la hacienda de Caleras, que eran prietos lomo bayo, muy bravos.

Como en esos tiempos no había facilidades para el transporte de animales, los toros bravos se traían arreando mancornados con cabestros. Entraban por la calle Real hasta el jardín y los pasaban por debajo de una enramada que se levantaba enfrente de la presidencia municipal, donde se hacían los recibimientos y de ahí se les llevaba a la plaza de toros. Esa enramada era levantada cada año por cuenta de las autoridades y de eso se encargaba Don Miguel López.

Hubo en esa lejana época un toro de Don Rafael Arreguín que fue famoso por lo reparador y que no había jinete que se le quedara.

Un detalle pintoresco de estas fiestas taurinas con motivo del novenario de la Virgen, lo constituía la presencia de un jinete bien plantado, Salvador Díaz, de Coahuayana, que tenía un caballo bailador muy bonito, al que cada año traía a la plaza de toros y después del jaripeo, se paseaba bailando por las calles, acompañado por un mariachi.

En la cuadra de la calle 18 de Julio, entre el templo y el lugar en donde se levantaba la plaza de toros, que era el terreno en donde hoy se encuentra el mercado, se instalaban las caneleras.

En un jacalón techado con lámina de zinc, propiedad de Don Higinio Yépez situado en la calle 18 de Julio, frente a donde se encuentra el jardín de niños, en un terreno que ocupa hoy una negociación mueblera, se hacían peleas de gallos y en el portal del exterior, había mesas de juego donde se apostaban grandes cantidades de oro y plata.

Cuando ya hubo carretera para Colima, comenzaron a venir juegos mecánicos a la fiesta y se instalaban en lugares cercanos al templo.

En la bocacalle entre el templo y lo que en esa época era la casa de Don Federico Moctezuma y que es la esquina en donde hoy se encuentra una tienda de ropa, se instalaba una silla voladora. En la calle Centenario, frente al jardín, hoy calle 20 de Noviembre, se instalaba la casa de la risa, llamada también la casa de Mamerto. En la calle 18 de Julio, frente al curato, la rueda de la fortuna. En la calle Libertad, en el costado norte del jardín Hidalgo, se montaba una terraza elevada, con piso de tablas, donde se hacían los bailes. Después de 1952, cuando se hizo la reconstrucción del jardín, la terraza se instalaba dentro de él, en el centro y se utilizaba la pérgola como estrado.

Después de que la población en su inmensa mayoría católica, asistía a los oficios religiosos, se dedicaba a la diversión por la tarde y noche.

La víspera de la función, la quema del Castillo era un acontecimiento muy esperado.

Estas fiestas constituían la oportunidad del año para lucir las mejores galas. Los varones dejaban en casa su ropa de manta y sus huaraches de puntada o de vuelta y vuelta y lucían botines nuevos de una pieza y sombrero nuevo en que destacaba, sin mancha alguna, el amarillo de la gamuza del barbiquejo.

Las mozas costeñas lucían su buen palmito, su cara bonita y su esbelta figura. Sus trenzas anudadas con coquetos listones de colores y rebozos de seda de llamativos matices y brillantes flecos o bien su larga cabellera suelta y vestido de raso. Las fiestas eran el inicio o la confirmación de muchos romances juveniles.

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